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Cuando la marea de asfalto termine por fagocitarme entre sus dientes de cemento y hormigón;
cuando me deshaga en diminutas partículas reabsorbidas por las caries de sus estrechas ventanas,
en cuyo interior se respira la limosnera benevolencia del aire contaminado que resoplan sus descarnados ventiladores
mientras esperan que la canícula se vaya desprendiendo de su vital energía para dar paso a temperaturas más benignas,
mientras el fuego que calcina aceras y terrados nos mantiene alejados del infierno agresor e irreverente del polvoriento exterior,
mientras los marineros buscan el refrescante sombraje de un cuartucho mal habitado por una desvencijada piltra cubierta de huevos de ladillas,
donde poder refrescar su miembro viril en las pantanosas aguas de los entresijos públicos de una furcia cualquiera,
mientras no queda ya al alcance ninguna alternativa para contrarrestar las soporíferas y dantescas temperaturas citadinas que no sea la de permanecer cautivo entre cuatro paredes convertidas en refrigeradores humanos,
y los cuerpos, semi chamuscados, duden de su inútil resistencia a no sobrevivir,
tú juguetearás con tus sucias artimañas,
con tus pretextos desprovistos de cualquier sentido,
con tus infantiles caprichos desmedidos,
con tu iconoclasta sentido de la realidad,
y habrás matado mi último aliento vital,
el único que mantenía mis constantes al mínimo,
mientras te convences a ti mismo de que no vale la pena modificar la vida
mientras sean los demás los que sufren alteración.
Solariana Penalva
Muchas gracias, Teresa, por tu visita y comentario. Disculpa mi tardanza en aprobarlo, he estado unos días ausente.
ResponderEliminarBesos